La batalla del Jarama ha tenido numerosos narradores, la mayoría intentando repartir méritos entre ambos contendientes, pero olvidando el significado que tuvo en el prolongado combate que durante tres años sostuvo el pueblo español contra el fascismo doméstico y el internacional.
Es una batalla que ha quedado mitificada como el último intento, frustrado, de conquistar la capital de la República por parte del Ejército de África. Ese ejército que había protagonizado desde principios de agosto de 1936 la “marcha sobre Madrid”; que había intentado conquistar Madrid en noviembre y, ante el fracaso, cercarla mediante operaciones de flanqueo por el noroeste (batalla de la carretera de La Coruña) y el este.
Cuando a finales de enero de 1937 el mando franquista, asesorado por los expertos nazis, decidieron el cerco final de Madrid lanzando la ofensiva del Jarama, no sabían que iban sacrificar lo más granado de su veterano ejército colonial. Creían que sería un paseo triunfal y que en tres días (o quizá un tiempo más largo) podrían llegar a su meta soñada de Alcalá de Henares. Tenían prisas, y no quisieron esperar a que el gran ejército expedicionario fascista, que Mussolini comenzó a enviar desde diciembre de 1936, estuviera preparado para una acción convergente que garantizara el éxito de la operación. El mando franquista sabía además que el Ejército Popular de la República estaba preparando una acción similar, aunque en sentido contrario, y que por eso iban a disponer de fuerzas suficientes para hacer fracasar su intento. Pero su empecinamiento y vanidad les cegó, y por eso fracasaron.
Quizá el mando franquista se la jugó al todo o nada; y perdió. En la ofensiva puso en juego una gran masa de medios, la División reforzada de Madrid, dirigida por el general Orgaz y compuesta por unos efectivos iniciales de 20.000 soldados, a los que se fueron agregando algunos miles más a medida que las fuerzas se iban fundiendo. A ello hay que sumar el armamento de la Legión Cóndor alemana: piezas 8.8 de artillería, tanques tipo Panzer, ametralladoras pesadas y nuevos modelos de aviones.
La ofensiva comenzó el 6 de febrero. Las cinco columnas atacantes, dirigidas por el general Varela, se fueron abriendo paso a duras penas hasta los altos que dominan la margen derecha del Jarama y consiguieron su control, casi total, el 10 de febrero.
A partir del día 11 el protagonismo pasó a las tres columnas de vanguardia mandadas respectivamente por Barrón (en el ala izquierda, que marcharía hacia Arganda), Asensio Cabanillas (ala derecha, que avanzaría hacia Morata y Perales de Tajuña) y Sáenz de Buruaga, que avanzaría por el centro de ambas alas enlazando sus avances.
Las columnas trotaron hacia las colinas de Arganda y la meseta de Morata, pero allí quedaron detenidas. Y en esa detención hay que recordar (sin desconocer los comportamientos meritorios de otras unidades españolas) la acción heroica de las Brigadas Internacionales. La XII BI contuvo los días 11 al 14 el avance de Barrón hacia Arganda, a costa del sacrificio de sus batallones: Garibaldi, Dombrowski y, sobre todo, el franco-belga André Marty, que quedó literalmente diezmado.
Otro tanto ocurrió con la XI BI (batallones Edgar André, Thälmann y Comuna de París), que detuvo la progresión de la columna de Sáenz de Buruaga entre los días 12 y 17 de febrero, también con enormes sacrificios. Y similar fue el caso de la XV BI, cuyos batallones Dimitrov, Six Fevrier y Británico (recuérdese la gesta en la Colina del Suicidio) se dejaron la piel cerrando el paso al avance de las tropas de Asensio Cabanillas hacia Morata.
A estas unidades, que protagonizaron el principal choque entre los días 11 y 16 de febrero, pronto se unieron otras unidades españolas (las brigadas de la división de Líster y de Modesto, la V Brigada de Carabineros, etc.) que protagonizaron (junto con las Brigadas Internacionales, a las que se unieron la XIV BI y el batallón Lincoln, llegado al Jarama el 16 de febrero), la última fase de la batalla (16-27 de febrero).
Se caracterizó esta por una serie de contraataques republicanos que no consiguieron rechazar a las fuerzas fascistas hasta la línea del río Jarama, pero que sirvieron para consolidar un frente que se mantendría ya prácticamente inamovible hasta el final de la guerra. Merece la pena destacar, entre esas acciones, los asaltos de la División de Líster al Pingarrón, donde sucesivas brigadas españolas (entre ellas las brigadas 1, 9 y 70) se estrellaron con heroísmo contra una posición estratégicamente importante. Los ataques culminaron el día 23, cuando las tropas de Líster ocuparon y perdieron varias veces la posición hasta cederla definitivamente. Todo ello se hizo bajo el nuevo mando de las fuerzas del Jarama asumido, desde el día 15, por el general Miaja.
A la hora de analizar algunos aspectos novedosos de la batalla, el general Rojo destacó, en su libro Así fue la defensa de Madrid, la actividad de la aviación, los carros de combate y la artillería:
“La primera, extraordinariamente reforzada con nuevos modelos alemanes, en el campo adversario; y en el propio, con una importante masa de caza, que se mostró superior a la del enemigo. Ello daría ocasión a que se librase en el Jarama lo que… sería la mayor batalla aérea de la historia de la guerra llevada a cabo hasta entonces, pues intervinieron más de cien aviones de caza y bombardeo. El triunfo correspondió a la aviación del Gobierno, que quedó dueña del aire…
Los carros [republicanos] también se mostraron superiores en número y en eficacia a los del adversario, y combatieron igualmente con verdadero espíritu de sacrificio contra los enemigos, contra las tropas y en misiones de reconocimiento, en los momento de confusión en que no se podía saber dónde se hallaba la línea de combate, qué terreno se había tenido que ceder y qué porciones resistían desesperadamente y esperaban apoyo…
En cuanto a la artillería, la adversaria fue manifiestamente superior en número y en calidad. Allí apareció el famoso 8.8 alemán y se ensayaron nuevos métodos de tiro sorprendentemente precisos… «
Sin olvidar que las primeras baterías antiaéreas automáticas debutaron también en el Jarama, destacando las baterías internacionales Gottwald y Dimitrov. En definitiva, la batalla del Jarama adquirió unas dimensiones tácticas modernas junto con otras que recordaban combates del pasado. El mismo Vicente Rojo dejó escrito que la batalla:
“Se puede considerar como un hecho táctico simplísimo, rudo, elemental, sangriento y con dos frentes chocando, en una brutal fricción, sin ningún resultado… Las Brigadas Internacionales, las españolas de nueva organización y las tropas seleccionadas de la defensa de Madrid, rivalizaban, emulándose y batiéndose de manera ejemplar; la lucha no cesaba día y noche y las tropas no se conformaban con detener al adversario; contraatacaban sobre cada nueva porción de terreno conquistado y, de este modo, las posiciones se perdían y se volvían a ganar, agotándose en tales esfuerzos el ímpetu del ataque.”
Como evaluación final de la batalla, Rojo aporta estas consideraciones:
“ No se puede afirmar que en el Jarama hubiera sido derrotado nuestro adversario. Tampoco lo habíamos sido nosotros. Pero… nosotros podíamos afirmar que la maniobra adversaria había fracasado, lo mismo que había sucedido cuando el mes anterior operó contra nuestra ala derecha por Las Rozas. En ambos casos, el enemigo había ganado una porción de terreno; pero no había derrotado a nuestras fuerzas, no había logrado ningún objetivo de valor táctico o estratégico, no había destruido nuestro sistema de fuerzas ni cortado nuestras comunicaciones. En cambio, se había impuesto un agotamiento que lo incapacitaba para lograr culminar sus maniobras. Por ello, el triunfo era categóricamente nuestro; y ahora que se conocen con toda amplitud los propósitos que perseguía en su empresa en el Jarama, también se puede afirmar que la victoria fue nuestra, porque nuestro combatiente logró que fracasara una maniobra táctica que pretendió ser decisiva y no sólo no alcanzó esta finalidad, sino tampoco los objetivos tácticos que por su valor compensaran el daño sufrido”.
El balance, por tanto, sin ser todo lo halagüeño que se pudo esperar, dejó un buen sabor de boca. Sobre todo porque dio el empuje moral que sirvió para batir poco después, en Guadalajara, a las fuerzas fascistas italianas del Cuerpo de Tropas Voluntarias.
La batalla fue, pues, un hito más en el proceso de maduración del Ejército Popular de la República y un momento de especial hermanamiento entre los jóvenes españoles e internacionales que fundieron sus espíritus en el recio combate contra su común enemigo: el fascismo. Algo que el irlandés Kit Conway, muerto el 12 de febrero, expresó días antes de morir: “Prefiero que mi cuerpo sirva de abono en el campo antes que ver ganar a Franco”.
Severiano Montero. AABI.